viernes, 28 de julio de 2017

Mi papá

“Mi papá es guapo y alto como la Torre de Eiffel. Cada día, cuando vuelve de trabajo, subo a su espalda y escupo desde arriba como los turistas hacen en París.
Mi papá tiene ojos enormes y zarcos como dos tazas de porcelana llenas de té verde.
Su nariz es larga y dura como si fuera de madera. Por eso mi mamá y yo le llamamos Pinocho y le decimos que debe ser un gran mentiroso.
Las ventanas de su nariz son gigantescas y siempre se abren y cierran; cada noche puede oler si me he duchado o no antes de dormir.
Mi papá es un mutante. Dice que tiene algo que se llama labio leporino y por eso lo esconde con los bigotes largos y afilados como las garras de nuestro gato Henry VIII.
A veces, a escondidas, mientras mamá y él duermen abrazados, entro en su dormitorio y le levantó los bigotes para ver ese labio leporino mutante pero él siempre se despierta antes de que lo pueda hacer y me hace cosquillas.
Mi papa tiene las manos largas de mar a mar, como lianas del “El libro de la selva”, con las que puede abrazar a mi mamá y a mí a la vez, y estoy segura que también podrá a abrazar a mi hermanito, una vez que nazca.
Sus manos son anchas y calientes y huelen bien, como los bollos recién sacados del horno.
Cuando por la mañana vuelve del súper, viene con dos bolsas enormes, una en cada mano, para enseñarnos que fuerte es. Creo que él es el papá más fuerte de todas las papás de nuestra clase.
Mi papá-“
-¡Mentirosa!-gritaron las voces de las últimas filas. –¡Sita, ella ni siquiera tiene padre!
Cerré el cuaderno, me quedé callada y me fui a sentar me en mi asiento.
Nunca más leía a nadie nada sobre mi papá.

Pero nunca dejé de escribir sobre él. 

La ciudad

En la Ciudad está todo menos el mar.
En la Ciudad están: las plazas, las tabernas, la acera, los perros, los bulevares, las boutiques.
En la Ciudad está: el lloriqueo del niño, el fragmento de una conversación, el grito, la risa, la muerte, la mierda, la basura, el paro cardiaco.
Los caballos, los edificios, los pasajes, los gitanos, los mercantes, los mercados, el mal, los adivinos.
Los festivales, el alcohol, la feria, los partidos del futbol, las pistas de tenis, los centros comerciales.
La radiación de los móviles, de los televisores, de las neveras, de las microondas, de las pantallas de los ordenadores y portátiles.
La Ciudad tiene mano grande, callosa.
En la palma arrugada de su mano están: los sonidos, los signos, los procesos, lo pasajero, las vidas, las alas, la espada.
Por la Ciudad pasan las ferroviarias, las líneas de autobús, tiene paradas feas, sucias, los pasillos limpios, los túneles, los ríos, los puentes.
La Ciudad llora agua, emite electricidad, irradia luz, da calor, conecta las llamadas, alimenta a la gente, mata a los animales.

En la Ciudad fluyen: sangre, pus, lágrimas, sudor, Coca-cola, pis, yogur, miel, té, café, diarrea. 

La visita

La chica entró en mi cuarto del baño.
No tocó, no pidió perdón, simplemente se deslizó con estilo por los azulejos del mar como una serpiente elegante, peligrosa.
No sabía que decirle cuando sacudió su pelo largo y rubio, quitando el albornoz blanco.
-Hace calor-me dijo, cerrando la puerta detrás.
Se me acercó y entró en la bañera conmigo como si fuera suya.
Empezó a contarme todo sobre las situaciones desagradables por las que pasaba con los tíos borrachos, libidinosos, sobre el piso de mierda en la planta baja de nuestro edificio, lleno de cucarachas, con paredes húmedas, sobre su casera vieja, frígida, que no le deja ducharse y malgastar agua caliente, sobre la visión utópica que tenía sobre su futuro matrimonio con un millonario moribundo.
Como ya seguramente podéis imaginar, yo tenía completamente otro tipo de visión, pero cuando me acerqué a ella, deseando tocarla, me dijo bruscamente:
-Solamente con la esponja.
Cuando terminó de bañarse con mi ayuda, se levantó, salió de la bañera y se puso el albornoz.
-Gracias por dejarme bañar aquí-comentó brevemente.

Entonces desapareció de la misma manera de la que vino, flotando elegantemente por la puerta de mi cuarto del baño.

Un beso

Sentado en el metro, Pablo miraba fija, hipnóticamente, el cuello atractivo de una dama joven preciosa, sentada delante de él.
Su pelo cautelosamente recogido en un moño revelaba su cuello delgado del cisne y el collar fino de oro que lucía.
Pablo era fascinado en contra de su voluntad.
Antes de salir, suave, casi imperceptiblemente, se inclinó hacia ella y sin problema alguno, tocó el cuello de la dama joven con sus labios mojados.
Lo besó con ternura y devoción.
La dama, sintiéndose halagada, sonreía durante mucho tiempo, incluso después de que Pablo salió en la próxima parada, “Mar de Cristal”.
Pablo también sonreía.

Entre sus dientes ahora brillaba el collar fino de oro.

Lo miro

Sudo con excitación.
Quiero fumar, aunque normalmente no fumo.
Me siento aliviada.
Relajada.
Miro a su foto y me gusta mucho.
No él, sino la foto. Salió bien en la foto aunque no era muy guapo.
Ya no estamos juntos.
Ahora él yace a mi lado. Callado, fino y tranquilo.
Así lo quiero.
Quería volver a él, quería que vuelva a mí, que volvamos uno a otro.
Él no quiso.
Nada es fácil con él.
Éste es su piso.
Antes era nuestro.
Odio a peleas, especialmente con él; me vuelven loca.
Mi mano sangrienta toca a su cara sangrienta con ternura.
Inmóvil.
Como una estatua.
En un charco de sangre. Huele a sal del mar.
Ideal.
Le gusta ponerme nerviosa, irritarme, volverme loca.
Y yo me enfado con facilidad. Soy de mecha corta.
No pude aguantar más.
La botella encontró su camino hasta su cabeza.
Se oyen las sirenas de policía en la calle.
A lo mejor me buscan a mí.


Los colores

Estaba sentada en el asiento negro de un automóvil rojo que corría por una carretera gris.
Contemplaba los campos verdes debajo de los rayos transparentes del sol amarillo, diciendo a los pensamientos oscuros que se vayan de su mente y dejando que entre la fantasía multicolorada.
Un viento azul, que olía a violetas, y venía del mar, acariciaba su pelo marrón.
Las nubes blancas navegaban por el cielo agua marino.
Al lado de la carretera gris había muchas casas pequeñas y amarillas, con tejados anaranjados.

Deseó que la sensación luminosa que de repente apareció en su pecho durara para siempre

El cumpleaños

Tocó primero a una puerta. Luego a la otra. Finalmente, a la tercera.
Nadie le abría.
Se fue debajo de algunas ventanas.
Silbó.
Silbó de nuevo, con más fuerza.
Silbó por una tercera vez.
Nada. No encontraba a nadie con quien podía jugar.
A nadie de sus compañeros.
No había más remedio. Se fue a casa, cabizbajo, un poco triste, como lo hacía cada año desde hace mar de años atrás.
Entró en el comedor y se sentó a la mesa, en frente de la tarta.

Sopló fuertemente, aunque sabía que él sólo no iba a poder a apagar todas las 95 velas.

Contracepción

-Señora, tengo que comentarle una cosa. Su hijo es un escritor excelente.
-Mi hijo es un capullo.
-¿Está de broma, señora? ¿No cree que eso es meter la mar en un pozo?
-No, le estoy diciendo la verdad. No quise tenerlo. Me quedé preñada porque se nos ha roto el condón hace años.
-Una pregunta: ¿usted cree que los condones de hoy en día tienen más calidad?
-Bueno, mi marido y yo no los usamos desde hace mucho tiempo, ya tenemos una edad, usted me entenderá, pero creo que no.
-¿Por qué piensa eso?
-Pues porque la literatura española está arruinada. Muchas generaciones de malos escritores han venido a este mundo simplemente por la mala calidad de los condones.

No es bueno fiarse exclusivamente de un medio de contracepción…

La segunda llegada

El Mesías está tomando unas tapas en el bar.
Lo hace lentamente, observando a cada trozo con mucho cuidado y con mucha devoción como si fuera una hoja de Biblia. 
Está lloviendo. Los automóviles pitan, nerviosos, y los transeúntes huyen de la lluvia, diciendo palabrotas al cielo.
El Mesías esta bebiendo una caña tranquilamente. “Es la mar de buena”, dice en voz alta, alabando la cerveza.
Otra vez está en su forma corpórea.
Lleva un bastón debajo del abrigo. Cuando lo saque, se convertirá en la espada de fuego.
Está a punto de cumplir su promesa.
Su palabra convertirá agua en vino, va a salvar a los que lo han merecido, una vez que abra la boca y diga el nombre de Dios.
Ya es la hora.
Se levanta y sonríe hacia el tabernero quien no le corresponde la sonrisa.

Sale a la lluvia, coge el bastón que se ilumina, ya abre la boca cuando de repente se desliza y se cae, golpeando con la cabeza a la acera.

Desesperada

Me quieres, Pablo.
Dime que me quieres.
Con ternura, como nunca me lo has dicho.
Dime que soy tu felicidad, que me vas a cuidar, mimar, que vas a estar a mi lado siempre, leal y fiel.
Que todo va a estar bien.
Dímelo, Pablo. Dímelo en voz alta.
Que vamos a vivir cerca del mar y que podré bañarme todas las mañanas.
Que me vas a enseñar silbar y nadar bien.
Dime que harías todo por mí.
Fregar el suelo.
Matar.
Darme un hijo.
Que vas a ser mi madre muerta y mi padre ausente.
Que cada día te voy a encontrar alto, esbelto, guapo y sonriente en el comedor, con la comida que has preparado para mí.
Con los cubiertos que has lavado para mí.
Me quieres, Pablo. ¡Dímelo!
Si no me lo dices, voy a sacar tus entrañas con un cuchillo grande y afilado, y voy a observar la sangre derramada.

Entonces te quedarás solo, muerto y maloliente, apestando en el suelo.

La vida

El pasillo estaba lleno de humo.
La imagen era borrosa, pero sin embargo clara.
Él y ella en la boda. Yo detrás.
Me rompo, se me parte el corazón.
Alrededor mío, veo muchos amigos, enemigos y conocidos.
Les veo la espalda.
A él… No le conozco.
A ella… No logro verle la cara.
¿Cómo puedo leer lo que lleva dentro?
Sialguienseoponequehableahoraocalleparasiempre-oí de repente.
Quise gritar: “parad, nos amamos, yo no permito”…
Pero no lo hice.
Salí fuera.
Cuando volví, dentro de unos momentos, ya todo había terminado.

Vivían lejos, tenían tres hijos, un perro labrador y una casa grande con la piscina, otra casa cerca del mar, mientras yo tenía la úlcera, la reuma, las deudas y la migraña.

La calculadora

Mamá le compró tres manzanas a Juan.
Comió una.
Dio la otra a su hermana.
Entonces le llevaron a la guerra en Siria.
Ahí mataba a la gente que nunca antes había visto en su vida.
A su mejor amigo lo hirieron.
Le tomaban el pelo porque no quiso violar a una anciana.
Unos meses después volvió a casa y ya no le apetecía hacer nada. Ni siquiera escuchar el mar.
Empezó a visitar al psicólogo, a beber demasiado…
Cuando volvió de la terapia, se sentó en la cama, envuelto en sus pensamientos y comió otra manzana.
¿Cuántas manzanas le quedaron a Juan?


El diario

Me llamo Ana y voy al primero de ESO. Tengo todas notables y sobresalientes.
Quiero mucho a mis profesores. También quiero a mi papá y a mi mamá. Y a mi yayo y a mi yaya. Y a la canción “Bajo el mar”, de la peli Sirenita que veía mucho con mi papá y mamá en casa.
Pero ya no quiero a mis amigos Teté y Guillé.
Ellos dicen que mi papá y mi mamá no me quieren porque vivo donde mis yayos desde hace un mes.
Y yo sé que eso no es verdad. Hacen deberes conmigo. Mi mamá viene aquí todos los días. El sábado me llevó a Mac Donald’s y me dijo que me pidiera lo que quería.
Me dijo que todo se iba a arreglar, que solamente tenía que estar paciente.
No entiendo por qué lloraba cuando le conté que iba a ser como mi papa cuando creciese.
Mi papá lo puede hacer todo. Él se cura a sí mismo. Se pone las inyecciones directamente a la vena.
Una vez le escondí la jeringuilla y quise curar a mi mamá con ella. Entonces fue cuando ella se puso a llorar.

Luego le oí decir a mi papá que era un drogata de mierda.

Un mensaje

Anoche discutieron. Pero no era nada grave. Siempre tenían disputas nocturnas agrias y reconciliaciones matutinas dulces. Recuerda la conversación que tuvieron, somnolienta, sonriendo, mientras escucha a su marido en el baño, que canta mientras se ducha.

“Me dices: NO. Te pregunto: ¿POR QUÉ? Me dices: CÁLLATE. Te pregunto: ¿HASTA CUÁNDO? Me dices: NO LO SABES. Te pregunto: ¿CÓMO  LO SABES? Me dices: DESPIERTA. Te pregunto: ¿Y TÚ, ESTÁS DESPIERTO? Y quince años así. Tú ahora me preguntas: ¿QUÉ FUE LO QUE HICIMOS MAL? No te contesto. Dices: ¡GUAU, GUAU! Digo: ¡MIAU, MIAU!”

Él sale del baño. Ella le oye buscando su ropa en el armario. Yace desnuda, bocabajo, su cara sumergida en la almohada. Él se está preparando para ir a trabajar. De repente se oye sólo silencio. Ella siente su mirada. Espera, como siempre, un beso en la espalda, justo en el lunar en la forma de la ola del mar, el que tiene encima de escápula izquierda.
“Te diré esto una sola vez”, le susurra en voz baja, inclinado encimase sobre su cuerpo, “si me engañas con otro hombre, te mataré”.

De repente siente su mano, fuerte y pesada, encima de su cabeza, apretándola contra la almohada con crueldad. No puede respirar. Se ahoga. 

Evitando

En la tienda, he eludido a la vecina. He evitado otra cerveza y otra tapa. He esquivado una bolsa de basura que se caía del quinto piso de un edificio, y un tiesto con flores que aterrizaba casualmente desde el séptimo. He rehusado contestar al teléfono. He rechazado dictarle una receta de ensalada de frutos del mar a una amiga. He rehuido pagar en el autobús. He esquivado la pelota del fútbol que volaba hacia mi cabeza. He rechazado la siesta. He rehusado besarme dos veces con todos y así seguramente he evitado la gripe.

Evito a los hombres callados y a los zapatos blancos, las sonrisas falsas y las lágrimas de cocodrilo, el oro amarillo y la prensa rosa. Evito las medio-verdades y medio-mentiras. Evito la ropa de color marrón. Lo único que nunca puedo evitar es el zumo de melocotón, que se me mete por las mangas de la camisa al moder esta deliciosa fruta.

UNA HISTORIA INCREÍBLE SOBRE COMO MARTÍN HERAS DELGADO, UN MADRILEÑO DE CHAMARTÍN, EN UN MISMO DÍA PERDIÓ A SU PROMETIDA, SU TRABAJO, SU MEJOR AMIGO, SU PERRO FIEL, SU PEZ DORADO, TODOS SUS AHORROS Y SU BOLIGRAFO PREFERIDO, SÓLO PARA POR POCO DESPUES PERDER SU VIDA TAMBIÉN BAJO LAS RUEDAS DE UN CAMIÓN GRANADINO, CUYO CONDUCTOR BORRACHO ERA ESTEBAN MÉNDEZ DÍAZ, UN ALCOHÓLICO IMPOTENTE, QUIEN NO SABÍA QUE IBA A MORIR PRONTO DE CIRROSIS DE HIGADO. PERO TODO ACABO FELIZMENTE, MENOS MAL, Y MARTÍN GANÓ UN PREMIO EN LA LOTERÍA Y AHORA ES EMBAJADOR EN LAS ISLAS SEYCHELLES Y SE BAÑA TODOS LOS DÍAS EN EL MAR CRISTALINO

Un día, que parecía ser un día ordinario…
Bueno, lo sabéis todo ya.


Pez dorado

Un pescador pescó el pez dorado en el mar, pero él pez le prometió que le concedería tres deseos si le dejaba irse libremente. El pescador ya había leído el cuento sobre otro pescador y un pez dorado y así sabía que sus deseos iban a cumplirse de verdad.
-Mi primer deseo es que el presidente de nuestro país deje de serlo.
-Eso no es tan fácil, pero vale, si insistes, te otorgaré ese deseo. Tienes dos más.
-También quiero que mi mujer sea joven y bella como antes.
-Bueno, eso sí que se puede hacer. Hoy incluso la cirugía plástica puede hacer muchas cosas, y para mí, un pez dorado, un deseo de ese tipo es pan comido.  ¿Cuál es tu último deseo?
-Deseo que mi casucha se convierta en un castillo precioso.
-De acuerdo. Ahora solamente dime cómo te llamas y dónde vives.
Esa noche, muchos otros pescadores pescaron peces dorados y casi todos lo primero que deseaban era que su presidente dejara de serlo.

La tarea de la policía muy fácil. Pudieron meter en la cárcel a muchos enemigos del estado.