Tocó primero a una puerta. Luego a la otra.
Finalmente, a la tercera.
Nadie le abría.
Se fue debajo de algunas ventanas.
Silbó.
Silbó de nuevo, con más fuerza.
Silbó por una tercera vez.
Nada. No encontraba a nadie con quien podía
jugar.
A nadie de sus compañeros.
No había más remedio. Se fue a casa, cabizbajo,
un poco triste, como lo hacía cada año desde hace mar de años atrás.
Entró en el comedor y se sentó a la mesa, en
frente de la tarta.
Sopló fuertemente, aunque sabía que él sólo
no iba a poder a apagar todas las 95 velas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario